Sorgo: claves para transformar su potencial en rentabilidad.
Con buen manejo, genética moderna y decisiones agronómicas ajustadas, el sorgo puede superar los 10.000 kg/ha y competir mano a mano con el maíz, especialmente en ambientes restrictivos. Además, su versatilidad y resiliencia lo convierten en una herramienta clave para diversificar la rotación, mejorar el suelo y asegurar rentabilidad en distintos escenarios climáticos. Es fundamental profesionalizar su implantación y aprovechar las tecnologías de punta disponibles hoy en el mercado argentino.

El sorgo es una gramínea que, gracias al mejoramiento genético, ha logrado una excelente adaptación a las diversas regiones productivas de Argentina. Su capacidad de entrar en latencia ante condiciones adversas, suspendiendo su crecimiento hasta que estas mejoran, lo convierte en una opción estratégica frente al cambio climático y la creciente inestabilidad hídrica. Aunque tradicionalmente relegado a ambientes marginales, el sorgo tiene un potencial de rendimiento muy alto -que supera las 10 t/ha en ambientes de alta calidad- y que puede aprovecharse al máximo mediante el uso de genética avanzada y decisiones de manejo acertadas.
Importancia del cultivo y usos múltiples
El sorgo es un cultivo versátil que se utiliza con diversos fines: como verdeo de verano para pastoreo directo, en forma de silaje de planta entera o grano húmedo, y como concentrado energético en la dieta animal. Además, su grano tiene aplicaciones en la alimentación humana y en la industria de alimentos y bebidas, especialmente para personas celíacas, ya que carece de gluten.
Desde el punto de vista agronómico, el cultivo aporta importante cobertura y materia seca al suelo, mejora su estructura física, química y biológica, y constituye una excelente opción para la rotación agrícola.
Manejo del agua: eficiencia y resiliencia
El cultivo de sorgo requiere un mínimo de 250 mm de agua durante su ciclo y su óptimo hídrico se encuentra entre 400 y 550 mm. Lo destacable es su capacidad de tolerar mejor que otros cultivos tanto la sequía como el exceso hídrico. Su sistema radicular profundo le permite explorar el perfil del suelo, y su capacidad para detener el crecimiento durante periodos de sequía y reactivarse posteriormente, lo hace único.
Las etapas más críticas del cultivo en cuanto a demanda hídrica son el panojamiento y la floración, por lo que se recomienda planificar la fecha de siembra de forma que estos estadios coincidan con la mayor probabilidad de lluvias.
Requerimientos térmicos: cultivar en condiciones adecuadas
El sorgo es más sensible al frío que otros cereales. Para una germinación rápida y pareja, se recomienda sembrar cuando la temperatura del suelo se mantenga entre 18 y 20°C durante al menos tres días, con un mínimo absoluto de 15°C. Durante la floración, temperaturas inferiores a 16°C pueden provocar esterilidad en las espiguillas, reduciendo significativamente el rendimiento.
Estrategias de siembra: precisión, densidad y profundidad
La siembra del sorgo es una etapa clave para asegurar el éxito del cultivo, ya que, al tratarse de una semilla pequeña y con menor cantidad de reservas, debe realizarse sobre suelos húmedos y a una profundidad no mayor a 3-4 cm. La fecha ideal de siembra se ubica entre 15 y 30 días después de la siembra de maíz, eligiendo híbridos largos para fechas tempranas, y materiales cortos o intermedios para fechas tardías o ambientes restrictivos. Las densidades recomendadas varían según el destino: para graníferos y sileros, entre 130.000 y 210.000 plantas por hectárea, según el híbrido; y para forrajeros, entre 350.000 y 600.000 plantas por hectárea.
En cuanto al espaciamiento entre hileras, se recomienda una distancia de 42 a 52 cm para graníferos (que puede reducirse a 35 cm en ciclos cortos) y silajes de planta entera, mientras que para forrajeros se aconseja un espaciamiento de 20 cm a fin de mejorar la relación hoja/tallo.
La siembra a placa permite una distribución más uniforme, disminuye la competencia entre plantas y optimiza el aprovechamiento de agua y nutrientes, lo que impacta positivamente en el rendimiento.

Nutrición eficiente: fertilización con criterio técnico
El sorgo responde muy bien a la fertilización, aunque en la práctica muchas veces se aplican dosis bajas. Es fundamental realizar análisis de suelo para ajustar las dosis a las condiciones específicas de cada lote, aplicar fertilizantes de arranque en la siembra, y complementar según demanda. La aplicación en bandas mejora la eficiencia del fósforo, especialmente en siembra directa.
Para alcanzar buenos rendimientos, se recomienda dividir la aplicación de nitrógeno entre la siembra y una refertilización en los estadios V4-V6, ubicar el fósforo en bandas cerca de la semilla e incorporar vivificantes y microgranulados en el tratamiento de semilla, a fin de favorecer el desarrollo radicular.
La nutrición del sorgo se basa en un manejo adecuado de nutrientes clave como nitrógeno, fósforo y potasio. El nitrógeno es esencial debido a la alta demanda del cultivo, especialmente entre V5 y 10 días antes de la floración, etapa en la que se absorbe el 70% del total requerido. Una buena provisión desde etapas tempranas favorece un crecimiento vigoroso y el desarrollo de un área foliar adecuada para maximizar la fotosíntesis.
El fósforo, por su parte, es clave para el crecimiento inicial de raíces y parte aérea; además, contribuye al almacenamiento y transferencia de energía, anticipa la madurez y reduce la humedad del grano al momento de la cosecha. El potasio influye en la regulación hídrica y en la fotosíntesis, mejorando la eficiencia en el uso del agua y la producción de carbohidratos.
Control de malezas: competencia temprana y manejo tecnológico
Los primeros 30 días del cultivo de sorgo son fundamentales para su correcta implantación, y la competencia con malezas durante este período puede reducir significativamente los rendimientos.
En Argentina, el manejo integrado de malezas en sorgo combina prácticas preventivas -como la rotación de cultivos, los cultivos de cobertura, una adecuada preparación del lecho de siembra y el manejo del agua y de los residuos- con tratamientos químicos en pre y postemergencia. Entre estos, se destacan herbicidas como atrazina, imidazolinonas y mezclas como carfentrazone + 2,4-D.
En este contexto, la tecnología igrowth® representa un avance revolucionario en el control de malezas: al conferir resistencia a herbicidas de la familia de las imidazolinonas mediante una mutación específica (no transgénica), permite aplicaciones tanto en preemergencia como en postemergencia, controlando eficazmente malezas de hoja ancha y gramíneas durante los primeros 30 a 35 días del cultivo, periodo crítico para la definición del rendimiento.
Esta tecnología no solo minimiza la competencia con malezas -reduciendo las brechas de rendimiento- sino que también facilita la cosecha y el picado de planta entera, mejora la implantación del cultivo sucesor y contribuye a una producción más eficiente y sustentable.
Plagas frecuentes y manejo integrado
El cultivo de sorgo requiere un manejo preciso, con un monitoreo atento y periódico, y umbrales de acción definidos. A modo de ejemplo se comparten los siguientes:
- Mosquita del sorgo (1 adulto/panoja en floración, control con piretroides)
- Spodoptera frugiperda (aplicar IGR o diamidas al 10% de daño foliar)
- Diatraea (tratar con piretroides al 10% de infestación)
- Pulgones (umbral de acción según INTA) 20% de plantas con colonias de al menos 50 pulgones por hoja.

Una estrategia inteligente es utilizar materiales con tecnología incorporada que presenten buena tolerancia al pulgón, como la tecnología Sprotect® que reduce hasta un 70% las aplicaciones contra Melanaphis sorghi mediante resistencia genética, especialmente en lotes con alta carga de esta plaga.
Esta tecnología desarrollada por RAGT, surge como una solución eficaz para el control del pulgón amarillo del sorgo. Esta innovación reduce la capacidad del insecto para extraer la savia y degradar las paredes celulares de los tejidos vegetales, lo que disminuye su tasa de multiplicación y, en consecuencia, la necesidad de intervenciones químicas. Como resultado, las poblaciones de pulgón se mantienen en niveles mucho más bajos, evitando su reproducción explosiva.